E l atardecer de ese día mostró a mi coraza entregada y derrotada por el cansancio, por lo que mi mente ni inhaló, ni mucho menos exhaló el Combustible de la Espiritualidad. Es más, la poca leña o carbón que tenía lo pordí cuando vi una parte de la casera señalética con la que habíamos distinguido Sergio y yo a nuestra habitación (la 18) de las demás, tirada en el pesillo, sola y abandonada hasta por su asesino.
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