P areciera que todo se me cae, hasta “el alta”. Un mundo plagado de cigarrillos, biromes, encendedores y termos se desdibuja delante de mi.
Una pesadilla y mil caras de mala onda transitan apagadas o enfurecidas corriendo por los pasillos, o se sientan sobre mi espalda esperando que les sirva mate.
Sin minas, sin que tu minifalda haga reaccionar mis testículos, y sin que tus pechos ericen siquiera a mi alicaído pene.
Estamos asexuados dentro de una perversa máquina de hacer “locos”. ¡ Metéle edulcorante!, ¡Metéle alimento dietético!, no repitas, ni el plato, ni por tener acidez eructes tu bronca!. ¡Hacéle caso a tu desgracia y entrégate a ella!.
La confianza para con vos se vuelve algo sobrehumano y excede los límites impuestos por del sol.
Seguís cayendo, en solitario, y te das cuenta que además demasiado oxígeno te asusta. Pedís monóxido y no te dan, pedís nuevamente y solo escuchas el eco compañero, tu único guerrero contra la siniestra soledad.
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