lunes, 21 de diciembre de 2009

Pincha que te pincha


“Les pido un taxi, aunque van a estar todos escuchando el partido!”. Así se despidió esa mujer casi perfecta en lo que hace a lo físico, aquella tarde de diagonales empapadas, en donde primaba el estado de bipolaridad uno dentro de mi cabeza.
Un viaje de casi 700 klómetros para ratificar el mismo diagnóstico. El Barcelona era imbatible.
La Facultad se había mudado de nuevo, ya no molestaba más en 4 y 44. Para suerte de los vecinos, “ese antro” se había desplazado, lo habían ”corrido”. Y pensar que hace escasos 5 años me había terminado de recibir allí. Digo “terminado” por los viajes que tuve que efectuar para gestionar y validar el título.
El León se imponía 1 a 0 con un cabezazo de Boselli, y por ese entonces era el mejor equipo del mundo. La ilusión se mantuvo en pie hasta el minuto 88, una tal Escudero empezó a tomar nota de lo que yo le iva detallando, de mis andanzas, de mis bajezas, de mis aventuras y de mi impotencia. “La internación estuvo bien, “era inevitable”. “La medicación”, según su criterio “hasta podría haber sido más fuerte”. Yo la miraba, y quería desviar mi visión, e imaginarla sin su profesión puesta, esa mujer realmente era preciosa, lástima que terminó de pinchar mi ilusión. Sentenció mi “estado”, “mi enfermedad”, y Barcelona empató de cabeza sobre el final de los 90 minutos.
Se desató la tormenta, la ira y el cólera del fútbol argentino se puso de manifiesto nuevamente ante la grandeza y la superioridad de un conjunto del viejo continente, en éste caso proveniente de la madre patria.
Los millones de euros pudieron más que once leones de garras afiladas. Y en un alargue, la magia en estuche de Pulga sudaka expresó con el pecho el 2 a 1 final. Un tal narigón y su filosofía para con la redonda diría que el segundo no existe y que solo vale campeonar. Aquella tarde gris, bajo una copiosa lluvia, miles de hinchas expresaron lo contrario, y yo, a pesar de mi disgusto bahiense y casi internacional, pude corroborarlo; la pasión y el fuego criollo del fútbol argentino jamás se apagarán, al igual que un estado propio y particular que se exprese de por vida en mi personalidad, y que juegue con mi cabeza a la montañia rusa.
Ese 19 de diciembre quedará grabado a fuego, y será un tatuaje inmortal que quedará en la piel de muchos leones platenses, y de un bahiense aurinegro, que por un momento se sintió un cahcorro felino.

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