lunes, 21 de diciembre de 2009

Reflector


Kilómetros de soledad nos separan. Mi corazón no está en el centro, ni en tu décimo piso de la city. Apostado sobre el horizonte en donde cael el astro, allí descanso hasta la nueva luna. Despilfarrando segundos, minutos y horas de mi presencia, me resguardo de la ausencia, ella no me toca ni me llama a besarla, más bien se distrae y se olvida. Será la nueva moda que las invita y las puede, y borra de un cachetazo todos nuestros recuerdos.
Cuáles serán tus compañías, más que mi curerpo en tu cama. Más que mi alma tendida de tus dedos.
No encuentro conteniente que me ayude por el domingo. Niego volver y seguir, tampoco sirvo para convivir conmigo mismo. Siembro a los cuatro vientos el fatalismo que se encarga de acompañar éste tipeo, y se me aproxima otra noche sin prever el mañana. Es tiempo de escucharme, de originarme nuevamente para tratar de entender lo que queda del hilo. Solo aparece el silencio indescifrable, ese inglés maldito que nunca quise aprender.
Quién redimirá a éste cautivo, que en su coche busca, se busca y no te encuentra. No sé cómo llegué hasta aquí, sino cómo sufrí para llegar.
Él me refleja, y reniego y lo acuso, y hasta puedo llegar a condenarlo y sentenciarlo por híbrido traidor. Fui yo que lo dejor ser y actuar para la estatuilla, hasta que la cera de las velas se hizo gangrena y pudo más que los acordes del rock and roll.
Estoy totalmente deprimente, y soy el único deprimido, de ésta compulsiva depresión. Depresivo, deshauceado, desganado, y hasta deshidratado para ser un glóbulo blanco.
Haciendo cosas roras llegué a ser un anormal, me posicioné en tu vereda de enfrente, esa a la que ven para tratar prolongadamente, para anesteciar silenciosamente y para empastillar continuamente hasta deformarle la ausencia.
Seré todos los protagonistas de mi antagonismo forzado. Soy asesino de mi futura muerte. Lenta secuencia que se hilvana hasta despedazar lo que queda de mi.

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