martes, 22 de junio de 2010

Intensidad Lumínica: El Sacrificio


Siempre y nunca ya dejaron de integrar al tiempo, y las otras tres, más las cuatro estaciones climáticas se confundieron en una sola mirada. Allí estaba ella, una luz que parpadeaba de reojo sobre tu cuerpo y se posaba debajo de tu ombligo para acariciarte con su brisa de calor otra cuota de intenso placer. Las sábanas caídas, y los libros en puntas de pie te acompañaban a rodearla y admirar su presencia.
Intensa, hasta se volvío desenfrenada, con su cabellera te cortó el rostro para volvértelo a armar sobre el espejo. Y la sangre se volvió carne, y la habitación se volvío cielo, fiebre, y ella tu abrigo, tu refugio ante la oscuridad.
Tenés el poder de desgarrarlo todo, y tu bondad plagada de buenas intensiones termina hiriendo, lastimando a más no poder. Has caído para hundirte solo, y taparte con tierra e invitar a los descomponedores a que se alimenten de vos. Has hecho nuevamente lo que juraste que no repetirías, y por salvar a los demás de vos mismo culminás otra jugada perdiendo en un maldito mano a mano. Del otro lado del cristal ella se relame y se ríe despiadadamente. A ella le trendría que borrar la cara, es a ella a la que tienes que terminar de una buena vez. Es contra ella que debes energizar tu costado más oscuro para acabar de devolver el ácido gusto de lo perdido. No perfiles más víctimas, no encolumnes más palabras sobre una nueva hoja si la tapa de tu último libro no se cerró, porque habrás de leer el torbellino de saber que estás perdido, cansado y descolocado de tu eje. Equilibrio al que desafiaste ya hace un tiempo y no lo has podido enderezar.
El espacio, la marea y la tela que se desliza sobre el aire, el viento y la lluvia que dejan caer sobre tus piel sus lágrimas. La viste irse caminando y a la espera, le viste la espalda y te sepultaste en su ayer. La estás cuidando de vos mismo sin dejar que ella, ni otra, cuiden de vos.
Estoy harto, no doy más, es éste, al igual que la mayoría, uno más de esos días en los que me quiero salir de mi mismo para mirarme a los ojos y disparme a la cabeaza. No creo en la cura, ni mucho menos en los curas, nadie ha bajado a Jesús de la cruz, nadie lo ha hecho resucitar nuevamente. Y las espinas siguen allí, haciendo brotar sangre de mi corazón. Me siento vivo, pero desvanezco de a poco, soy esclavo de mi cruz, de mi propia vida, de mi mismo.

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