viernes, 24 de diciembre de 2010

Árbol

Allí está él, a pocos metros de mi. A 9 días de nuestro últtimo encuentro. Las luces lo visten bien al enano. No hace falta regarlo, y si quisiera verlo crecer me lo arrancarían en tan solo días. Resucitará dentro de un año aproximadamente, y sus raíces bañarán un futuro entre algodones, lágrimas y gotas de sudor.
Lo nombro, lo describo y lo constituyo a través de éstas palabras, ya que es mi única compañía en esta noche de verano.
Aunque mi otro Lisandro, Aristimuño, me diga que “cerrar los ojos es perder”, hoy tengo que dormir, hoy me tiene que tocar, por más que las blancas paralelas se repitan una y otra vez debajo de mis ojos.
Ella termina siendo fría, como verdaderamente me gusta, casi congelada. Existen canciones a las que dejaré pasar, una y otra vez, hasta que el hartazgo se vuelva éxtasis, hasta que el sol me derrita delante de tus ojos.
Si bien me retobo hasta chiquilinamente con lo que me ha tocado ser, no logro desprenderme de este padecimiento. No creas que la comodidad yace en tan poca cosa.
A una semana del fin, de una nueva llegada, miro hacia atrás y me dejo alcanzar hasta momentos menos felices. No creo estar peor, pero debo admitir que me falta un largo trecho por recorrer para estar bien.
No soy de mutar facilmente hasta convertirme en un híbrido. Me afectan y lo saben, me pueden y lo juegan. Mi sensibilidad me hace y me deshace a placer, y sin que ni una pizca de maldad forme parte de mi configuración, mis actos, producto o consecuencia de mi mediocridad, terminan ofendiendo y hasta hiriendo como si fuesen balas enfermas y altamente letales.
Debo reconocer que últimamente he sido ignorado, y me lo debo haber ganado en buena Ley, a causa de mi liviana pesadez, resultado de mi no querida insoportabilidad.
El cansancio, el hartazgo, es fácil de despertar en seres tan poco sensibles y pasajeros. Al girar sus cabezas más allá de sus hombros, podrán sin proponerselo, algún día, de noche o al atardecer, saberlo admitir. No soy tan poca cosa.
El saldo invariablemente es negativo. Al ganar hemos de perder. Nadie se siente victorioso en la derrota, ni muchos menos perdedor en la victoria. La vida es como una moneda alternada, y si caemos de una lado no caeremos nunca en los dos, por lo que existe un destino inalterable, superior. De esta manera, el todo termina siendo la mágica ilusión de la que el hombre se aferra para no reconocer su finitud.

No hay comentarios:

Publicar un comentario